La sexualidad forma parte intrínseca de la persona. Es una dimensión más que, como otras, conforma un vehículo de dimensiones afectivas y psicológicas, una forma de estar en el mundo y de relacionarse con los otros. Todos somos seres sexuados y no podemos no serlo.
Sin embargo, durante demasiado tiempo no se ha reconocido la sexualidad de la persona con discapacidad y siempre se ha intentando ocultar, bien por desconocimiento, bien por las creencias asociadas a la práctica sexual. La erótica de estas personas se ha reprimido por una ausencia de educación sexual, una deficiente socialización sexual y de un restringido acceso a un universo íntimo propio.
No se habla de lo que no se pregunta, pero tampoco se pregunta de lo que no se habla, lo que ha llevado a que las personas con discapacidad, en especial las que tienen diversidad intelectual, tengan poca o escasa información sobre sexualidad o, lo que es peor, información inadecuada o no adaptada. Además, el hecho de que con algunas personas con discapacidad intelectual sea difícil la comunicación y el diálogo por sus limitaciones en el funcionamiento cognitivo, no debiera significar que ese “hablar de” sexualidad, y con ello su abordaje, fuera imposible en todos los casos. Es más, con la persona con grandes necesidades de apoyo también es posible hacer educación sexual.
El silencio prolongado acaba provocando que, respecto a lo sexual, las personas con discapacidad vivan situaciones de desventaja y de mayor vulnerabilidad que el resto de las personas pues, generalmente, a esta falta de información hay que sumarle, en muchas ocasiones, las limitaciones en su desarrollo personal (a veces por sobreprotección), carencias para un adecuado desarrollo social, dificultades en el desarrollo afectivo (ausencia de vínculos de apego y personas significativas o referentes en sus vidas) y falta de pautas que permitan expresar la sexualidad de manera adecuada, gestionar afectos, emociones y sentimientos, así como socializarse de manera normalizada en el resto de áreas y ámbitos de sus vidas.
A todo ello hay que añadir que en la sociedad actual predomina un concepto muy uniforme de la sexualidad que se basa principalmente en los instintos y los genitales. Esta concepción coito-céntrica está íntimamente vinculada con la visión homogénea comúnmente aceptada de lo denominado “normal” en relación a la figura del hombre y de la mujer. Lo normal es lo deseado y todo aquello que queda fuera de los límites de ese estereotipo queda desacreditado o relegado a un segundo plano. De este modo, por regla general, la sociedad termina por anular la sexualidad de los cuerpos, mentes y sentidos periféricos, reforzandando la invisibilización, marginación y exclusión de estas personas.